José Manuel abre los ojos y mira la hora en su casio retroiluminado. Las seis de la mañana. Apenas ha dormido, como siempre. Se levanta y va a la cocina a prepararse un café. Se asoma a la ventana y ve el habitual paisaje blanco. Ni una nube, ni una montaña, ni un árbol, ni un objeto: una infinitud blanca. Excepto por uno, dos, tres cuervos negros colgados en esa blancura como unos puntos suspensivos. José Manuel mira a los cuervos y los cuervos miran sus ojos.
Con la taza de café en la mano se sienta delante de una olivetti lettera y escribe un paisaje para ese lienzo blanco. Pinta con palabras un cielo con sol y nubes, unas montañas que perfilan el horizonte, unas casas que hacen vecindad y unos jardines con columpios. Y, como cada mañana, describe un gigantesco árbol negro justo encima de donde estaban los tres cuervos suspensivos, que quedan tapados. Cuando termina, arranca el folio de la máquina y lo tira a la papelera. Luego se acerca a la ventana y les dice a los cuervos ausentes: «Esta noche me joderéis el sueño otra vez, pero hasta entonces tengo al diablo de mi parte».
Epílogo
Es sabido que a los niños del barrio les aterroriza el árbol negro que hay delante de la casa del pediatra, pero también que, después de pasarles consulta, José Manuel les da un caramelo y deja que los más valientes le tiren de la barba.
*El presente texto fue escrito por Soy Depropio, como parte de un trabajo realizado en Cofradía del Cuento Corto, cuyo objetivo era conocer a los integrantes del grupo. Me gustó tanto verme retratado que lo comparto con mis lectores infantiles. Gracias, Soy Depropio.