La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

martes, 1 de noviembre de 2011

Ofrenda para mis muertos


Mi abuelito me pidió que lo ayudara a poner la ofrenda de muertos. Sacamos las fotos de mamá Kika y papá Gabino, mamá Toña y papá Alejo, papá Fabián, tíos Roberto, José y Gerardo, y sus primos Tony y Gaby. Esparcimos flores de cempasúchil, adornamos con papel picado y encendimos veladoras. Cuando llegó el momento de poner la comida, no me aguanté las ganas de probarla.
—¿Y a mi abuelito Fabián qué le gustaba comer? —le pregunté.
—El mole de conejo y los plátanos.
—¿Los plátanos? —me sorprendí, pues a mí a penas me gustan.
Entonces me contó que un día su papá se fue de peregrino, pero se enfermó en el trayecto y debió quedarse en un pueblo. Sin dinero y hambriento, vio a un señor que traía muchos plátanos. Le pidió que le regalara uno, pero el desconocido siguió de largo.
—Por eso cada dos de noviembre, cuando mi papá nos visita, no le faltan sus plátanos. Así no tiene que andar pidiendo.

Imagen tomada de la red.

2 comentarios:

ROSIO dijo...

linda ofrenda.........

josé manuel ortiz soto dijo...

Gracias, Rosio. Quise que esta fuera solo de palabras.
Un abrazo.

El pingüino rojo en el mundo