La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 23 de julio de 2011

Temporada de lluvias


Para Javier Perucho, amigo de sirenas.

Miraba caer la lluvia desde la ventana de su habitación. Eran las primeras gotas de la temporada y ya quería que los cerros y el pueblo desaparecieran bajo el manto espeso de los aguaceros.
―¡No sé cómo te puede gustar un día así! ―exclamaba la abuela al ver al chiquillo con los brazos abiertos, tratando de abrazar a un cielo negruzco que no deja de llover.
―Me gusta que llueva.
Le recordaba aquella vez que, dormido todavía en el vientre materno, oyó una voz que lo llamaba en la distancia: “Ven, Javito, ven”. Los latidos de su corazón se aceleraron tanto que el médico debió ordenar a su asustada madre reposo en cama. “No sabemos qué ha inquietadotanto  a su bebé, señora”, argumentó.
―¿Cómo puedes recordarlo?
―Como entre sueños.
―Entonces lo soñaste ―resolvían siempre los mayores.
―Sí, tal vez así fue ―sonreía Javier, conociendo lo incrédulos que pueden ser los adultos. Por eso no contaba a nadie que, durante la temporada de lluvias, sus viejas amigas las sirenas regresaban al río; que era suyo aquel rumor del agua embravecida al chocar contra la base del puente.

Imagen de Vicente Burrel Turón: Salto de agua.

sábado, 16 de julio de 2011

Primera lección de magia


Para Luvis, Chimena y Lupis, con un abrazo mágico.

Luvis quería un libro de magia. Siempre que pasaba por una librería preguntaba si tenían alguno donde pudiera tomar sus primeras lecciones. 

“Sólo tenemos libros avanzados”, solían contestar los dependientes, quizás pensando que no se estudia magia cuando eres pequeño.
Un día que Luvis paseaba por el centro de la ciudad en compañía de sus papás y sus hermanas, atrajo su atención un letrero sobre la fachada de un viejo edificio. Decía: “Si entras aquí, seguro lo encontrarás”.

--¿En qué puedo servirles? –dijo un hombrecillo flaco y encorvado, de nariz ganchuda y cejas abundantes.

No se necesitaba tener mucha imaginación para encontrar en el aspecto de aquel hombre ciertos rasgos de reptil. Un poco de dragón; tal vez mucho de alebrije.

--Mi hermana quiere un libro de magia para principiante –dijeron a un mismo tiempo Lupis y Chimena.

--Entonces, señoritas, han venido al sitio indicado. Acompáñenme.

El lugar parecía un laberinto hecho de libros, cuyas enormes paredes iban desde el piso hasta el techo. Para donde quiera que volteaban, había cientos, quizás miles de volúmenes de todos colores y tamaños.

--Por allí debe estar –dijo el hombrecillo y señaló un punto en lo alto del estante.

Mientras las hermanas buscaban con la vista una escalera, el hombrecillo comenzó a mover los brazos como si fueran alas y ascendió hasta casi rozar el techo con la cabeza. Emocionadas, las chiquillas lo vieron ir a todo lo largo de una hilera de libros, elegir uno y luego regresar junto a ellas.

--Aquí está --le sacudió el polvo, lo metió en una bolsa de papel amarillento.

De regreso en casa, Luvis sacó el libro y comenzó a leer  en voz alta para sus hermanas: “Bienvenida a tu primer libro de magia. Aquí conocerás los secretos que encierra una hoja en blanco. Aun los magos más sabios, un día fueron como tú. Sigue leyendo y no te detengas, aunque no haya nada escrito”.

Imagen de JM Ortiz Soto: Luvis, Chimena y Lupis.

           

sábado, 9 de julio de 2011

Una palabra muy extraña


Para Grecia, con el doble cariño medicinal de un cuento.

Grecia apartó la vista del libro que leía y miró a su alrededor: la abuela dormitaba en la mecedora, mamá atendía el teléfono y sus hermanos veían la televisión. “Al rato les pregunto”, se dijo y volvió a su lectura. Era inútil: por más esfuerzos que Grecia hacía por concentrarse, ahí estaba en su cabeza, en el libro, por todos lados, la extraña palabra. A veces zumbaba como un abejorro, ronco y seco, que debía espantar con un manotazo al aire. O era el trino de un ave canora que anidaba sobre la copa del naranjo: se oía tan clarito y bello aquel canto, que no dudaba en ir a la ventana y aplaudir. El colmo fue cuando la extraña palabra tomó la forma de un gigante y le arrebató el libro de las manos.

―Si no me vas a hacer caso, tampoco te dejaré leer ―gruñó el gigante, guardando el libro en la bolsa de la camisa.

Grecia lo miró entre divertida y asustada. Era la primera vez que veía a un gigante y no le parecía tan grande. Apenas como tres veces su papá.

―¡Devuélveme el libro! ―exigió.

―No te lo doy.

―¿Por qué?

―Porque me ignoras.

―¿Porque te qué?

―Porque no me haces caso ―dijo el gigante―. Ni siquiera sabe qué soy yo.

―Eres un gigante.

―Desde luego que no soy un gigante, mira…

La palabra comenzó a derretirse y quedó convertida en un charco de agua…

Grecia levantó el libro antes de que se mojara y luego fue hasta donde estaba su familia:

―¿Qué significa diccionario? ―preguntó.

Imagen de Vladimir Kush: Libro de libros.

sábado, 2 de julio de 2011

Un regalo muy especial


Feliz primer cumple, Camila Ixchel. Te quiero mucho.

Hoy es cumpleaños de la pequeña Ixchel y no sé qué regalarle. Me siento igual que el conejito del cuento que, mientras barría, se encontró una moneda y no sabía cómo gastarla. Así estoy yo: "Si le regalo un pastel, en un ratito nos lo comemos...", "Si le compro un vestido, cuando crezca ya no le va quedar...”, “Si le regalo una guitarrita, de seguro la rompe…”

Quizá comprendiendo mis tribulaciones de adulto, la pequeña Ixchel se me queda viendo y comienza a reír. Tomado por sorpresa, me vuelvo y espero ver detrás de mí a un simpático duende, pero sólo estamos los dos en la sala. Felizmente emocionado por ser objeto de las cariñosas atenciones de mi nieta, le correspondo con un gesto loquísimo que me enseñó una vez mi hermano Javier.

Para los interesados, he aquí como hacerlo:

1.- Con el dedo índice de la mano izquierda, empujar la punta de la nariz hacia arriba;

2.- Hacer la señal de la victoria con la otra mano: apoyar los dedos índice y medio debajo de los párpados inferiores y  traccionar firmemente hacia abajo (al mismo tiempo que se hace el paso 1).

La pequeñina se carcajea y aplaude. No necesito de un espejo para saber que me asemejo a un perro chato con los ojos a punto de saltarle del rostro. Sus frenéticos balbuceos -traducidos por un experto en lenguaje infantil- dicen: “¡Otro, otro, otro…!”

No me hago del rogar. Arqueo las piernas y doy un saltito grotezco, luego me acerco balanceando el cuerpo hacia uno y otro lado; me golpeo el pecho con la cara interna de las manos empuñadas y emito un mar de sonidos guturales de…

Camila Ixchel no deja de reír y pide más y más y más; yo, no sé todavía que le voy a regalar de cumpleaños.

Imagen de José Manuel Ortiz Soto: El sabor del primer pastel.

El pingüino rojo en el mundo