La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

domingo, 22 de enero de 2012

Las preguntas de Marcia


―¿Adónde va la gente cuando muere? ―pregunta Marcia con su vocecita de cristal que todo lo encanta.

El tiempo detiene su marcha en el reloj.

Las gemelas, un año mayor que ella, sueltan una sonrisita como de pájaro que pía en la imagen congelada del televisor.

El diario de papá se vuelve un pergamino amarillento y polvoroso, lleno de símbolos imposibles de descifrar.

Los platos ruedan de las manos de mamá y flotan cual satélites en el vacío de la sala comedor.

El gato, que dormita como siempre en el respaldo del sillón, cae en abismal sueño.

Solamente la abuela, a quien los años han vuelto dura de orejas y corta de ojos, sigue tejiendo como si nada hubiera pasado.

Marcia abandona la tarea y va a sentarse al lado de la viejecilla.

―Lo volviste a hacer, niña traviesa ―dice la anciana, mirándola por encima de los antejos en señal de desaprobación―. ¿Cuál fue la pregunta?

―Adónde va la gente cuando muere…

La abuela extiende su mano al frente, la desliza de izquierda a derecha y luego de regreso, como corriendo una cortina. La pared frente a ellas desaparece, dejando que el horizonte entre en la casa.

―Cuando una persona muere, el cuerpo regresa a la tierra y es árbol, flor, pasto, arbusto… aquello que más gustaba en vida a la persona fallecida. Mientras que el alma, intangible, se convierte en nube. Y cada vez que llueve se reencuentran.

―¡Guao, abue! ¡Tú sí sabes mucho! ―dice Marcia emocionada.

―Anda, brujilla, deja de hacer travesuras y regresa el tiempo a tu familia.


Imagen tomada de la red.

viernes, 6 de enero de 2012

El día que vi cara a cara a un rey mago



Para mamá Alejandra, como regalo de reyes.

Molesto porque los Reyes Magos no me trajeron todos las cosas que les había pedido, tomé el reloj de la sala para dar marcha atrás al tiempo. En eso estaba cuando entró mamá Alejandra.
—¿Qué haces? —dijo, como si algo sospechara.
—Quiero ver a los Reyes Magos para hablar con ellos —respondí al borde de las lágrimas. Y antes que mamá dijera algo, comencé a dar vueltas a las manecillas. A cada giro que daban las manecillas, el día se iba oscureciendo. Hasta que me encontré en la misma sala de la casa, pero a la media noche del día anterior. Entonces vi entrar por la ventana a un rey mago que me saludó amablemente.
—No necesitas explicar nada —me dijo—. Lo sé todo. Quejas como las tuyas las recibimos por montones cada año. Pero ya que estás aquí, échame una manita con las cartas tuyas y de tus seis hermanitos.
El rey mago señaló el pequeño nacimiento bajo el árbol de Navidad. Hasta entonces no me había dado cuenta de la montaña de cartas que había ahí. Al ver mi cara de espanto, agregó:
—Y esas son solo las cartas de tu familia (las tuyas incluidas).
Y como si no bastara con aquella montaña de peticiones, en ese mismo momento llegaron otras veinte: aún en sueños, mis hermanos seguían pensando en juguetes, ropa, dulces… y dinero.
Dije adiós al rey mago y volvía a dar vuelta a las manecillas del reloj.


Imagen de JMOS: Alejandra Soto.

El pingüino rojo en el mundo