La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 20 de agosto de 2011

Alas azules



Cuando llamaron a la puerta, el rostro de mamá se iluminó.
 —Asómate a ver quién es —la sonrisa dibujada en su cara me dijo que traía algo entre manos.
—¡Es un señor con una cajota! —grité emocionado, anticipando un regalo.
Eran unas alas azules y enormes, tan suavecitas que daban ganas de pasarse todo el día acariciándolas.
—Son para ti, póntelas —me enseñó a sujetarlas a mi espalda y brazos—. Al principio te serán incómodas, pero con el tiempo se ajustarán a tu cuerpo.
Algunas bromas y raspones acompañaron mi aprendizaje. Para levantar el vuelo debía recorrer muchos metros; y no hablemos de las tantas vueltas en círculo que daba antes de aterrizar. Aunque siempre estaba, como último recurso, el cordel que me unía a la mano de mamá y  que, a veces,  me hacía sentir papalote.
Hoy, luego de verme volar sin protección, mamá me dio un largo y sentido abrazo.
—¡Te extrañaré! —repetía con voz temblorosa mientras yo subía más y más en el cielo.

Imagen de Clarisa Grabowiecki: Niño con alas.

2 comentarios:

Rosio dijo...

Vaya, es bellisimo...abrazo, felicidades.

josé manuel ortiz soto dijo...

Gracias, querida amiga. Va un abrazo de regreso.

El pingüino rojo en el mundo