La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

domingo, 21 de noviembre de 2010

XXII En busca del pingüino rojo: Al Norte, siempre al Norte


Un día de verano, cuando el grupo de pingüinos echó a andar en dirección a la tierra donde nacimos, supe que yo no tenía nada que ver por allá y caminé en dirección contraria. Si alguno de mis camaradas volteó por curiosidad, no me di cuenta: ante mí había tanto que ver, que no quería enredarme en los recuerdos. "Al Norte, siempre al Norte", susurraba en mi cabeza una vocecita cantarina.
Generalmente nadado en paralelo a la costa otras veces caminando por las playas―, me aparté de las tierras frías del Polo Sur. La agradable sensación del agua templada en mi cuerpo hacía que el cansancio apenas se sintiera. Además, quizás por efecto de la misma temperatura, mis plumas antes negras, comenzaban a cambiar. Por momentos parecían desteñidas, luego pálidas y amarillentas o con un tono pajizo y acanelado. (¿Qué pensaría la parvada si me viera? Ya bastante extraño era que no estuviera con ellos, pero en fin.)
Una mañana mientras cruzaba por el Ecuador, se me emparejó una pequeña embarcación. Había visto muchas; sabía de la sorpresa de la gente al verme nadando tan lejos de mi tierra, pero había algo extraño en su único tripulante.
―¡Guao, un pingüino rojo! ―dijo el hombre al timón.

Imagen tomada de la red.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Sólo de alguien que nació en un 'lugar como nido' puede esperarse esta delicia.
Me agrada suponer que juntar palabras es nuestra manera de alejarnos de la parvada, de singularizarnos, en fin, de ir Hacia El Norte.
Un abrazo

josé manuel ortiz soto dijo...

Patricia, qué grato despertar con tu comentario: me permitió sentarme a escribir de golpe un par de capítulos que vienen a redondear la historia. Como sucede muchas veces, cuando el final se acerca no queremos esto suceda.
Abrazos (porque también hay que trabajar)

El pingüino rojo en el mundo