La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

domingo, 14 de noviembre de 2010

XXI En busca del pingüino rojo: El pingüino rojo nos cuenta

Todo el mundo sabe cómo son y de dónde vienen los pingüinos, comenzó a decir nuestro rojo anfitrión. He aquí que un día me encontré extraviado en medio de miles y miles de hermanos. Por circunstancias que entonces no entendía, mamá no aparecía por ninguna parte. Por más que la llamaba para que viniera a mi lado, mi súplica era inútil. No pocas veces me pareció verla en las otras madres que, asustadas, estrechaban a sus críos y me señalaban hacia el resto de la parvada, invitándome a seguir buscando.
Pronto me di cuenta que estaba solo, que aunque todos nos parecíamos en aquel lugar, éramos unos completos extraños. A simple vista yo no veía diferencia entre nosotros, pero al parecer ellos sí. El pico, el color de las plumas, el chillido, la forma de caminar… eran los mismos. Sin que me diera cuenta, parecía que para aquel grupo mi color nunca hubiera sido negro y blanco, como el suyo…
Aún mis antiguos compañeros de juego y aventuras me evitaban.

Imagen tomada de la red.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

una pregunta que sera lo proximo...

josé manuel ortiz soto dijo...

Anónimo, no entendí tu pregunta; pero lo próximo, quiero suponer, es el resto de la historia.

Un abrazo.

El pingüino rojo en el mundo