La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

viernes, 2 de abril de 2010

X En busca del pingüino rojo: Un cielo amarillo que sonríe

El sol terminó de asomarse tras las montañas del este y se posesionó de las alturas. Desperdigadas por el cielo del desierto, las nubes eran pequeñas manchas blanquecinas sobre un fondo azul amarillento. Cuánto me habría gustado ver una sola de esas nubes oscuras, gordas y espesas que pueblan el cielo veraniego de mi tierra. Sólo Dios sabía cuándo llovería en un lugar así.
—¡Leopold, Leopold! –escuché la voz de Donchón-. ¡Apúrate, muchacho!
A pesar de ser el más viejo de la expedición –y venir el último con la máquina de hacer hielo halada por un borrico-, Donchón estaba acostumbrado a caminar grandes distancias. No me di cuenta en qué momento me rebasó.
—¡Qué color tan extraño tiene el cielo!
—Será mejor que no voltees para arriba tan seguido –advirtió-. El cielo del desierto es engañoso, hace que los caminantes vean cosas extrañas y pierdan la razón. Mejor ve con los otros, no vaya ser que te nos pierdas.
Cielo del desierto, engañoso, cosas extrañas, perder la razón, apunté en mi libreta.
Quizá por curiosidad o por ignorancia, de vez en vez echaba una miradita a ese cielo amarillento que, un tanto burlón, no dejaba de sonreír y guiñarme un ojo.

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El pingüino rojo en el mundo