La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 18 de junio de 2011

Galletas nocturnas


Para Romina Moreno, con abrazos.

Escuché el gruñido de mis tripas como una protesta lejana. El pastel de zanahoria que abuela horneaba en mi sueño terminó por despertarme. Aunque era mucha la flojera, apetecía un vaso de leche y galletas con chispas de chocolate.

Bajaba por las escaleras cuando escuché un ruidito de pasos. Tal vez sea mamá, pensé, esperando que apareciera y me llevara de regreso a la cama. Pero lo que vi fue una fila de hormigas luminosas en perfecta formación: subía por la pared hasta el techo, pasaba por encima de mí e iba a perderse al otro extremo de la casa. Pero lo que más me sorprendió fue ver que cargaban con todas las galletas de la alacena.

―¡Alto ahí― grité, prendí la luz.

Descubiertas, las hormigas comenzaron a correr en todas direcciones. Las que estaban cerca de su escondite se daban prisa por desaparecer en él; las más lejanas, preferían deshacerse de su carga y tomar otra dirección. Las galletas llovían por todos lados, tanto que me era imposible atraparlas antes de que tocaran el suelo.

La tormenta de galletas terminó ―el lugar quedó hecho un desastre― y yo pude continuar, un tanto agitada, mi visita a la cocina.

―¡Romina! ¿Me quieres explicar qué significa este tiradero? ―llega hasta mi sueño la voz de mamá...

Imagen tomada de la red.

1 comentario:

josé manuel ortiz soto dijo...

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El pingüino rojo en el mundo