Para Rosio Camelia, Hugo y Toñito, amigos de muchos años.
Por todas las cenas de Nochebuena que hice en su casa.
Desde el ventanal de la antigua casona, el chiquillo en pantalones cortos otea la inmensidad azul estampada con un sol grande naranja. Es uno de esos días espléndidos que la gente aprovecha para salir de paseo. Sonríe. Sabe que a esta hora el parque de Los sabinos ha sido tomado por las familias en día de campo; que el río Tigre ―en su aparente mansedumbre― no tiene espacio en sus charcas para albergar a un alma más. Quizás por eso hubo también quienes prefirieron quedarse en casa, si acaso dispuestos a la eventual visita de algún familiar o una amistad cercana. Como en la casa de al lado donde Hugo, Toño y Chio ―a los que conoce desde hace mucho― interrumpen sus travesuras infantiles y lo miran con curiosidad.
Pero los días de luz en el pueblo son escasos y breves; en un cerrar y abrir de ojos, el sol pierde su brillo y de los cerros bajan montones de nubes que cubren de oscuridad el cielo. Joaquín no se asusta. Los primeros truenos son la señal para que salga del vitral y deshaga con sus manos las nubes gordas y negras, como aquellas que un día hicieron de su tierra un pueblo de fantasmas.
Imagen tomada de la red.
2 comentarios:
Manuel: Gracias, que buen sabor deja ser parte de tus letras, mis hermanos te mandan saludos y un fuerte abrazo.Besito amigo...
El gusto es mío, amiga.
Saludos y un abrazo.
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