La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 23 de octubre de 2010

XX En busca del pingüino rojo: Yo aquí me quedo

A mis pacientitos
César Rodrigo Sánchez
y Samantha, su hermana,
que le lee esta historia.

―Yo aquí me quedo ―dijo Piecillos decidido.
―¿Estás seguro?
―¿Dónde podría estar mejor? Allá arriba ya ni siquiera hay animales. Nadie necesita de un huellero.
Tenía razón.
―Sabia decisión, querido amigo ―reconocí, comenzando a extrañarlo.
Todo este tiempo, el pingüino escuchaba en silencio nuestra charla. Era como si para él nada fuera sorpresa.
―Hay algo que me preocupa ―dije dirigiéndome esta vez a nuestro anfitrión―: ¿Qué le voy a decir a los miembros de la expedición cuando regrese? ¿Cómo los voy a convencer de volver a la ciudad con las manos vacías? En especial al señor Oliver y a Jave, el aventurero.
El pingüino abrió sus ojitos como si denotara extrañeza. Luego agregó:
―En el desierto todo puede pasar.
Sus palabras me hicieron estremecer.
―No estarás pensando que...
―¿Que suceda al grupo una desgracia? No mi amigo, ¡en qué cabeza cabe semejante suposición! Nosotros somos animales, no humanos (aunque hay sus nobles excepciones, desde luego). Me refería a que el desierto es traicionero y fácilmente trastoca realidad e irrealidad. Además Jave…
―Jave qué…
―Está con nosotros: fue el primer explorador que llegó y decidió quedarse. Parte de la magia que aquí se vive ha sido rescatada por cada uno de aquellos que, cansados de su realidad, vienen acá a imaginar lo que siempre han deseado. Yo mismo hace tiempo no existía. ¿Quién pensaría en un pingüino rojo, sin que se le tache de loco?
Entonces nos contó que él había nacido de la imaginación...

domingo, 3 de octubre de 2010

XIX En busca del pingüino rojo: Animales extintos

Bajo el Desierto de los Tepetates no sólo se podía regresar al pasado de la región donde crecimos, sino también al de otros sitios remotos. Esto lo supe por Piecillos que, experto huellero, reconoció en una ladera  a una manada de Bucardos o Cabra Montés Ibérica.* "¡Ahí va una parvada de Palomas Viajeras!"*, señaló hacia el cielo. “¡Esa que va adelante es Martha, la última que existió!”. Cuando de un bosque cercano salió una pareja de Osos Mexicanos*, sí que tuvimos miedo y nos refugiamos tras un roble, que un Pájaro Carpintero Imperial* picoteaba sin cesar. No sé por qué tenía la impresión que, desde una charca, un Sapo Dorado* se mofaba de nosotros.  El colmo de la emoción fue cuando por el río pasaron en veloz competencia un Alca o Pingüino Gigante*, una Foca Monje del Caribe* y un Baiji o Delfín del Río Chino*.
―Ni en sueños imaginé ver algún día a uno de estos animales ―suspiró Piecillos―. Cuando era niño, la abuela me contaba historias sobre de ellos. Luego íbamos al jardín y los buscábamos entre las formas de las nubes.
Entre la vegetación de aquel bosque había plantas con flores de deslumbrante belleza. Era, por así decirlo,  estar en el paraíso que nosotros jamás conocimos.


El pingüino rojo en el mundo