Cuando llamaron a la puerta, el rostro de mamá se iluminó.
—Asómate a ver quién es —la sonrisa dibujada en su cara me dijo que traía algo entre manos.
—¡Es un señor con una cajota! —grité emocionado, anticipando un regalo.
Eran unas alas azules y enormes, tan suavecitas que daban ganas de pasarse todo el día acariciándolas.
—Son para ti, póntelas —me enseñó a sujetarlas a mi espalda y brazos—. Al principio te serán incómodas, pero con el tiempo se ajustarán a tu cuerpo.
Algunas bromas y raspones acompañaron mi aprendizaje. Para levantar el vuelo debía recorrer muchos metros; y no hablemos de las tantas vueltas en círculo que daba antes de aterrizar. Aunque siempre estaba, como último recurso, el cordel que me unía a la mano de mamá y que, a veces, me hacía sentir papalote.
Hoy, luego de verme volar sin protección, mamá me dio un largo y sentido abrazo.
—¡Te extrañaré! —repetía con voz temblorosa mientras yo subía más y más en el cielo.
Imagen de Clarisa Grabowiecki: Niño con alas.
2 comentarios:
Vaya, es bellisimo...abrazo, felicidades.
Gracias, querida amiga. Va un abrazo de regreso.
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