En ese entonces yo era joven y desconocía muchas cosas de la vida. Cuando el señor Oliver me habló de un pingüino rojo del desierto, pensé que el hombrecillo bonachón y de bigote puntiagudo me gastaba una broma. Sin embargo, al pedirme ser parte de la expedición que iría tras él, las cosas cambiaron. “Nada es imposible”, me dije buscando la explicación lógica que los adultos necesitan para creer: “Quizá la Naturaleza se cansó de la estupidez de los humanos, quienes a su vez están hartos de una madre generosa como ella, ¿si no cómo explicar su empeño en destruirla? En fin…”
—¿Aceptas? ¿Contarás nuestra proeza?
—Sí –acepté sin preocuparme por honorarios o reconocimientos.
Cuando eres joven la aventura es lo primero.
2 comentarios:
a mi megusto y eso que no mugusta leer
Diego, gracias por leerlo; para uno como escritor es muy satisfactorio que ha gustado.
Un abrazo.
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