Dos días al año,
los muertos salen de sus tumbas y vienen a visitarnos.
Los muertos niños llegan primero. Y un día después, les toca su turno a los
muertos grandes.
Las casas se visten de fiesta para recibirlos.
En cada casa hay un altar adornado con papel picado de colores y las
fotografías de los muertitos de esa familia. Nunca faltan las veladoras y las
flores de cempasúchil, pero sobre todo la comida y sus dulces favoritos.
Un día, un muertito de nombre José Luis estaba muy contento por poder regresar
a su casa.
En vida, José Luis había sido un chico muy, pero muy juguetón. Y no
hacer nada en la otra vida lo aburría. Así que nomás salió del panteón, se puso
a jugar con cuanto niño andaba por ahí.
Cuando José Luis no tuvo más con quien jugar, se dijo que ya era momento
de irse a casa de sus padres. Pero José Luis ya no se acordaba cómo llegar.
Se puso triste y tenía ganas de llorar.
No era la primera vez que José Luis se perdía por andar jugando.
Cuando todavía estaba vivo, si le encargaban hacer algún mandado, en
cuanto encontraba con quien jugar, se le olvidaba todo.
Hasta su nombre.
Pero la mamá de José Luis conocía perfectamente a su hijo y sabía cómo
hacerlo regresar. En cuanto éste no daba señales, abría de par en par las
ventanas de la casa y se ponía a cocinar.
Como por arte de magia, el aroma de su comida favorita llegaba hasta la
nariz de José Luis, refrescándole la memoria.
José Luis se puso contento al recordar aquellos momentos. Sobre todo,
porque en el mundo de los muertos le habían dicho que en su casa lo recibirían
con la comida y sus postres favoritos.
Y si aquello era cierto, pensaba José Luis, mientras levantaba la punta
de la nariz y respiraba hondo, muy hondo, llenado sus pulmones del aire fresco
que corría por la calle.
Entonces, llegó hasta él un olor a pan de queso, también a atole de chocolate
y a dulce de manzana…
¡Umm, qué rico!, se saboreó.
Y así, siguiendo el rastro de los alimentos preparados por su mamá, José
Luis llegó su casa.
En cuanto lo vieron entrar, todos corrieron a abrazarlo.
La mamá de José Luis miró el reloj y le dijo:
―¡Ay, José Luis! De seguro te entretuviste jugando por ahí, ¿verdad?
Sí, mamá.
―Anda, vente a comer, porque debes tener mucha hambre.
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