La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 16 de febrero de 2019

El nogal del huerto del abuelo



La huerta de papá Alejo estaba a la salida del pueblo, junto al panteón municipal. Los higos y las granadas se daban muy bien; lo mismo que los duraznos, que mis tíos se empeñaban en injertar con ciruela. De entre todos los árboles del pequeño huerto sobresalía un nogal: alto, majestuoso, al lado de una zanja por la que todo el año corría agua. En época de calor, la sombra del nogal invitaba a recargarse en su tronco, sacarse los zapatos y meter los pies en el agua. Sin embargo, los escasas nueces que brotaban de aquel hermoso árbol estaban vanas; y las que lograban madurar, eran insípidas. Un día pregunté a papá Alejo cuál era la razón de aquello. Los muertos a veces son caprichosos, hijo, y dan sus cuerpos sólo a las plantas que ellos quieren, me respondió.

Imagen: tomada de la red.

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El pingüino rojo en el mundo