La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

viernes, 26 de abril de 2013

El salón de clases


—El salón está embrujado —dijo Nidia en voz alta.
El tiempo se detuvo de golpe en el reloj. La maestra Rosa suspendió su mano frente a la pizarra, el gis entre los dedos, como si alguien hubiera gritado con todas sus fuerzas: ¡Arriba las manos! ¡Este es un asalto!
A Marco, que ensayaba un nuevo prototipo de barco de papel, se le acabaron las ideas, y dejó su proyecto para más tarde. Lula agitó las manos, como si fuera un pajarillo presto para el vuelo. Solo las gemelas Romo, sincronizadas en su tiempo personal, no se dieron cuenta de nada.
—¿Por qué lo dices? —dijo al fin la maestra Rosa, bajando la mano y depositando el gis en la pestaña del pizarrón.
—Porque apenas pongo un paso aquí, me da mucho, mucho sueño —aclaró Nidia a punto de perderse entre un par de bostezos.

2 comentarios:

Pedro Sánchez Negreira dijo...

¡Muy bueno, José Manuel! Me alegra que mi pequeño no te lea aún. Podría encontrar la excusa perfecta. ;)))

Un abrazo.

josé manuel ortiz soto dijo...

Pedro: un gusto que visites mi página para niños. Y tendrían razón, creo que las escuelas las inventaron los adultos.

Saludos.

El pingüino rojo en el mundo