La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 9 de julio de 2011

Una palabra muy extraña


Para Grecia, con el doble cariño medicinal de un cuento.

Grecia apartó la vista del libro que leía y miró a su alrededor: la abuela dormitaba en la mecedora, mamá atendía el teléfono y sus hermanos veían la televisión. “Al rato les pregunto”, se dijo y volvió a su lectura. Era inútil: por más esfuerzos que Grecia hacía por concentrarse, ahí estaba en su cabeza, en el libro, por todos lados, la extraña palabra. A veces zumbaba como un abejorro, ronco y seco, que debía espantar con un manotazo al aire. O era el trino de un ave canora que anidaba sobre la copa del naranjo: se oía tan clarito y bello aquel canto, que no dudaba en ir a la ventana y aplaudir. El colmo fue cuando la extraña palabra tomó la forma de un gigante y le arrebató el libro de las manos.

―Si no me vas a hacer caso, tampoco te dejaré leer ―gruñó el gigante, guardando el libro en la bolsa de la camisa.

Grecia lo miró entre divertida y asustada. Era la primera vez que veía a un gigante y no le parecía tan grande. Apenas como tres veces su papá.

―¡Devuélveme el libro! ―exigió.

―No te lo doy.

―¿Por qué?

―Porque me ignoras.

―¿Porque te qué?

―Porque no me haces caso ―dijo el gigante―. Ni siquiera sabe qué soy yo.

―Eres un gigante.

―Desde luego que no soy un gigante, mira…

La palabra comenzó a derretirse y quedó convertida en un charco de agua…

Grecia levantó el libro antes de que se mojara y luego fue hasta donde estaba su familia:

―¿Qué significa diccionario? ―preguntó.

Imagen de Vladimir Kush: Libro de libros.

2 comentarios:

Anita Dinamita dijo...

Qué bonito... qué buena imagen de la palabra gigante!!!
Un abrazo

josé manuel ortiz soto dijo...

Anita, gracias por tu visita.
Para nosotros -lo sabes como escritora- las palabras son imágenes.

Un abrazo.

El pingüino rojo en el mundo