La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

lunes, 17 de mayo de 2010

XIII En busca del pingüino rojo: Bartolino Piecillos

De estatura baja y ojos inquietos, Bartolino Piecillos era lo que se dice un "huellero". No había rastro de animal que no encontrara, sobre todo de conejo, coyote o tlacuache, animales que un día abundaron en la región y que él, siendo niño, seguía por diversión.
Cerró los ojos y las compuertas de su nariz aspiraron el viento calizo del desierto. “Es por allá”, se dijo y echó a andar por la orilla de lo que una vez fue un río caudaloso.
No era extraño ver que  alguien tocara a su puerta y le pidiera encontrar a su mascota extraviada. Una de las historias más extrañas que contaba era la de una anciana que quería recuperar a su cenzontle favorito. Y ahí estaba Piecillos de árbol en árbol, subiéndose a las azoteas y al campanario… para finalmente dar con el pajarillo entre las ramas de un fresno.
Resultaba curioso ver a aquella caravana en fila. Cuando Piecillos se detenía, los demás hacíamos lo mismo metros atrás. Pero las cosas se complicaban un poco cuando el rastro se perdía y debíamos desandar el camino. Luego de un rato de peregrinar sin rumbo, Bartolino se detuvo y nos llamó a su lado.
―¡He aquí una huella! –exclamó satisfecho.
―¡Es verdad! –concordamos emocionados.
Tenía razón: aquella pata marcada sobre la tierra era –después de la palabra de Jave- la primera manifestación que teníamos del extraño pingüino.

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El pingüino rojo en el mundo