La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

viernes, 14 de julio de 2017

El mago de los cuentos

Un día, dos hermanitas estaban bastante aburridas en su casa: se había ido la luz y no podían ver televisión. Tampoco jugar con sus tabletas o celulares porque, de tanto uso, estaban sin batería.
—¿Y ahora qué hacemos? —dijo la niña más grande.
—No sé —dijo la niña más pequeña, y bostezó ruidosamente.
De pronto, quién sabe por qué arte de magia, en medio de la sala apareció un mago.
Las niñas no se asustaron, pues el hombre —no muy joven, pero tampoco tan viejo— vestía con elegancia la ropa oficial de mago: un sombrero de copa negro, traje del mismo color, y también una enorme capa negra con el forro rojo, y en su mano izquierda, porque era zurdo, portaba una barita mágica que destellaba con cada uno de sus movimientos.
—¡Es un mago! —dijo la hermana pequeña al verlo.
—Y para un mago sería muy fácil hacer que vuelva la luz, ¿verdad? —dijo la hermana grande.
—Sí, sí, porque nos aburrimos tanto —imploró la hermana menor.
El mago se les quedó viendo a las dos niñas, pensativo. No le sorprendía que le pidieran aquello, estaba acostumbrado a las peticiones más inverosímiles. Por ejemplo, recordó que en una ocasión le pidieron que el salón de fiestas se elevara por los aires y se fueran todos de vacaciones a la playa. Otra vez, una niña se acercó a él y le dijo al oído que no quería ir más a la escuela, ¿sería posible que con su magia desapareciera todas las escuelas del mundo? Ah, pero lo más loco que le habían pedido fue que construyera una trampa para atrapar sueños.
Al fin, el mago dijo a las dos hermanas:
—Por supuesto que podría traer la luz de regreso o que sus tabletas y sus celulares funcionaran sin energía por siempre.
—¡Sí, sí!…
—¡Bravo, bravo!…
—¡Abra cadabra, patas de cabra!...
—¡A la bio, a la bao, a la bim bon ba, el mago, el mago, ra ra ra!
Gritaban las niñas, emocionadas.
—Pero…
La emoción de las niñas desapareció.
—Pero ¿qué?
—Que eso de arreglar la luz o recargar las tabletas no es función para un mago de mi categoría… Eso lo hace un electricista o un técnico que se dedique a eso.
Esta vez, fueron las  hermanas las que se le quedaron viendo detenidamente al mago, que seguía parado en mitad de la sala, jugueteando con su barita mágica.
—¡Pues qué mago tan chafa!
—Sí, qué chafa.
—Mejor hubiera aparecido un payaso.
—Ajá, un payaso es más divertido.
Y las dos hermanas se cruzaron de brazos, pusieron gesto de enfado y fingieron que miraban para cualquier lado.
—Quizá tengan razón, niñas… —comenzó el mago. Bueno, quizá tengan algo de razón. Una poquitita de razón.
Las niñas se volvieron a ver al mago, que señaló su cabeza.
Lo que las niñas vieron fue que la chistera del mago se había transformado en un sombrero con forma de libro.
—Eso no es chistoso —dijo la hermana pequeña.
—Es sólo un libro en tu cabeza —dijo la hermana grande.
—¿Qué hiciste con tu sombrero? —Quiso saber la hermana menor.
El mago se quitó de la cabeza su nuevo sombrero, que era un enorme libro como esos donde los magos aprenden sus trucos.
Las dos niñas se pusieron de pie y se acercaron al mago. La más grande, que ya iba a la escuela, comenzó a leer para su hermanita lo que había escrito sobre la tapa del libro:

El mago de los cuentos: mil y una historias para niños de 0 a 100 años —Intrigada, dio vuelta a la página—. Si quieres escuchar una de las historias del mago de los cuentos, toma asiento y guarda silencio, porque la función apenas va comenzar.

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El pingüino rojo en el mundo