El tiempo detiene su marcha en el reloj.
Las gemelas, un año mayor que ella, sueltan una sonrisita como de pájaro que pía en la imagen congelada del televisor.
El diario de papá se vuelve un pergamino amarillento y polvoroso, lleno de símbolos imposibles de descifrar.
Los platos ruedan de las manos de mamá y flotan cual satélites en el vacío de la sala comedor.
El gato, que dormita como siempre en el respaldo del sillón, cae en abismal sueño.
Solamente la abuela, a quien los años han vuelto dura de orejas y corta de ojos, sigue tejiendo como si nada hubiera pasado.
Marcia abandona la tarea y va a sentarse al lado de la viejecilla.
―Lo volviste a hacer, niña traviesa ―dice la anciana, mirándola por encima de los antejos en señal de desaprobación―. ¿Cuál fue la pregunta?
―Adónde va la gente cuando muere…
La abuela extiende su mano al frente, la desliza de izquierda a derecha y luego de regreso, como corriendo una cortina. La pared frente a ellas desaparece, dejando que el horizonte entre en la casa.
―Cuando una persona muere, el cuerpo regresa a la tierra y es árbol, flor, pasto, arbusto… aquello que más gustaba en vida a la persona fallecida. Mientras que el alma, intangible, se convierte en nube. Y cada vez que llueve se reencuentran.
―¡Guao, abue! ¡Tú sí sabes mucho! ―dice Marcia emocionada.
―Anda, brujilla, deja de hacer travesuras y regresa el tiempo a tu familia.
Imagen tomada de la red.
2 comentarios:
¡Me gusta!
Tengo fe en que tenga razón la abuelita.
R
Bueno, los abuelos son sabios (los muy viejitos, desde luego) y sí, es posible que tengan razón.
Un abrazo.
Publicar un comentario