Para Romina Moreno, con abrazos.
Escuché el gruñido de mis tripas como una protesta lejana. El pastel de zanahoria que abuela horneaba en mi sueño terminó por despertarme. Aunque era mucha la flojera, apetecía un vaso de leche y galletas con chispas de chocolate.
Bajaba por las escaleras cuando escuché un ruidito de pasos. Tal vez sea mamá, pensé, esperando que apareciera y me llevara de regreso a la cama. Pero lo que vi fue una fila de hormigas luminosas en perfecta formación: subía por la pared hasta el techo, pasaba por encima de mí e iba a perderse al otro extremo de la casa. Pero lo que más me sorprendió fue ver que cargaban con todas las galletas de la alacena.
―¡Alto ahí― grité, prendí la luz.
Descubiertas, las hormigas comenzaron a correr en todas direcciones. Las que estaban cerca de su escondite se daban prisa por desaparecer en él; las más lejanas, preferían deshacerse de su carga y tomar otra dirección. Las galletas llovían por todos lados, tanto que me era imposible atraparlas antes de que tocaran el suelo.
La tormenta de galletas terminó ―el lugar quedó hecho un desastre― y yo pude continuar, un tanto agitada, mi visita a la cocina.
―¡Romina! ¿Me quieres explicar qué significa este tiradero? ―llega hasta mi sueño la voz de mamá...
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