La panzocigüeña sobrevoló el pequeño poblado del sureste guanajuatense. En su larga experiencia como mensajera de los cuneros celestiales, nunca había batallado tanto para dar con una dirección. Conocía cada rincón de la Tierra como la punta de sus alas, por inhóspito que éste fuera. Pero algo sucedía con sus sensores de ubicación, pues, simplemente, ignoraba dónde demonios se hallaba. Estaba perdida, cansada y hambrienta, no tardaría en oscurecer y el chiquillo, que debía haber nacido hacía horas antes, no paraba de retorcerse y balbucear dentro del canasto que pendía de su pico. ¿Y si mejor lo dejaba en una de las casas que veía allá abajo? Seguro que sorprenderían con el regalito, pero tal vez hasta ellos mismos lo llevaran sano y salvo a su destino. La voz del administrador de los cuneros celestiales retumbó seria en su cabeza: “Todo bebé es valioso, esto hace de las panzocigüeñas uno de los seres más queridos de la Creación. Pero el caso que se te ha encomendado es, digamos, particularmente ‘especial’, pues los señores Alejandra Soto y Fabián Ortiz (padres ya de un chiquillo de nombre Javier) llevan ¡nueve años! aguardando que la cigüeña toque a su puerta. No les falles”.
Por fortuna el jefe no estaba con ella sobrevolando en ese momento el territorio de Jerecue―quién―sabe―cómo, ya que si no quería regresar a los cuneros con toda y carga, lo mejor sería que la dejará… por ejemplo, en la casa de teja roja casi al final de aquella calle. Echo una última mirada al cielo y no vio nada sospechoso; redujo la velocidad, aflojó la tensión del pico y enfiló hacia el claro que debía ser el patio.
Era ya tarde el 27 de enero de 1965 cuando el chiquillo recién nacido comenzó a chillar…
Imagen tomada de la red
4 comentarios:
Loable labor de la panzocigueña, escrito con sencillez y con ribetes poéticos... un abrazo
Gracias, doc: ¡lo que no han de vivir esas panzocigüeñas! Un abrazo.
Ahh...muy bueno... el pequeño crecio y se hizo poeta...
Jajajaja, ay, amiga. Más o menos por ahí va la historia.
Un abrazo.
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