A Noecillo, la escuela le aburría enormemente. En lugar de atender a las lecciones de la maestra Yola, solía hacer bolitas de papel que arrojaba a sus compañeros de clase. El día de nuestra historia le dio por escribir mil veces su nombre, pero apenas tuvo ánimos para llenar una hoja de libreta.
Era temporada de lluvias y esa tarde cayó un aguacero; mamá prohibió a Noecillo salir a la calle. “Si te mojas, te vas a enfermar; o te podría caer un rayo.” Refunfuñando, el chiquillo no tuvo más remedio que conformarse con ver desde la ventana a sus amigos chapotear en el lodo.
"Mejor aprovecha para hacer la tarea”, reconsideró mamá.
No del todo resignado, echado panza abajo en la cama, Noecilló encontró la hoja llena con su nombre. Recordó que días atrás su amigo Marco ―duro de cabeza como él, pero bueno para la imaginación― le había enseñado a construir barquitos de papel. “Es muy fácil, fíjate bien”, le dijo, doblando, desdoblando aquí, comenzando allá.... “Cuando mis papás no me dejan salir, hago uno y me voy de aventura. Ah, pero ten cuidado de no contarlo a cualquiera, porque te tacharían de loco.”
A la hora de la cena, mamá fue a la habitación por Noecillo, pero no halló a nadie; sólo había sobre la cama una libreta de tareas a la que faltaba una hoja.
Imagen tomada de la red.
2 comentarios:
Espero un día se los pueda contar a mi bb -aunq no sea de carne y hueso-
hmd
Anónimo, aun a bebés de papel se les puede contar una historia; tal vez, al contrario de los de carne y hueso, en lugar de que sea para dormir, el cuento sirva para que despierten.
Un abrazo.
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