¿En qué momento la barca dejó de responder a las maniobras de Jave? No lo sé. De buenas a primeras, como si fuera lo más natural del mundo, se apartó de la inmensidad del mar y se adentró por un caminito de agua delimitado a los lados por dos hileras de árboles de espeso follaje, que entrelazaban sus ramas en lo alto.
―Si ella no necesita de marineros que la lleven a buen puerto ―Jave soltó el timón, se encogió de hombros y vino a sentarse a mi lado―, entonces que se haga cargo de sus dos tripulantes.
La independencia de la barca no podía ser más oportuna, era un hecho que nos encontrábamos navegando en aguas del Río Salmón. Los ojos brillosos de Jave, el color sonrosado de sus mejilla, pero sobre todo el temblor de sus manos denotaban la emoción que lo embargaba. Era innegable que aun para un viajero experimentado como él ―que había ido de arriba abajo por el mundo― se mantenía intacta la posibilidad de ser sorprendido.
―Parece un río como cualquiera ―aventuré.
En efecto, así parecía, sólo que la tranquilidad del aguas no alcanzaba para explicar por qué nos alejábamos más y más del mar.
―¡Mira allá abajo! ―chilló Jave con la voz del chiquillo que acaba de desentrañar un misterio largamente acariciado―. ¡No es el agua la que nos impulsa, sino el lecho del río que fluye cuesta arriba!
Entonces vi la procesión de seres diminutos del agua, piedras, arena, montones de pequeñas plantas ... yendo en la misma dirección que nosotros.
―Es como si el tiempo, ahí materializado, regresara a su origen.
Imagen tomada de la red
2 comentarios:
Cuánto quisiera gozar la travesía junto a Jave. Regresar al origen, bello privilegio
Es quizás que, conforme transcurre el tiempo, todos vamos de regreso al origen.
Un abrazo, Patricia.
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