El miedo que tenía al caer por aquel agujero se convirtió en sorpresa y admiración al salir de la charca.
―¡Nunca imaginé que bajo las áridas rocas del desierto hubiera un paraíso como éste! ―musité―. Ni en sueños.
―Aquí está el río que falta allá arriba―dijo Piecillos emocionado.
La charca ―sin lugar a dudas un ojo de agua― se continuaba como un pequeño río que iba serpenteando entre dos cortinas de sabinos y fresnos, que a veces se entrelazaban. El piso estaba cubierto de hojarasca mullida y mechones de pasto húmedo, que lo hacían resbaladizo.
―¡Sorprendente! ―dije cayendo en la cuenta que allí abajo era día.
―¿Y esta luz de dónde viene? ―preguntó Piecillos, como si me hubiera leído el pensamiento.
―Sólo es el día eterno que vivimos aquí ―dijo una voz a nuestra espalda.
Por extraño que pareciera, habíamos olvidado el motivo por el que en ese momento estábamos ahí. Y no, no estábamos solos.
3 comentarios:
A los seguidores de El pingüino rojo: estamos de regreso y hasta el final.
Un abrazo.
Al fin!,necesitaba usted a su nieta? o solo tiempo.
Bueno verlo de regreso.
No, amiga: me parece que la pequeña Ixchel es una censora muy extricta. Antes de subir cada entrada debo contársela a ella (ver foto lateral.
Un abrazo.
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