La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

jueves, 19 de enero de 2017

Reto eterno



La verdad no supe qué decir, en ese momento me tenía aprisionada contra la pared, sólo sentía su pesada respiración que se iba acelerando con la mía hasta que se sincronizaron. Me seguía viendo a los ojos, cada vez se acercaba más, más y más hasta que pegó sus labios a los míos. Me quedé pasmada en mi subconsciente, mientras mi cuerpo le seguía la corriente: yo sabía que estaba mal hacer eso con alguien como él, pero no podía evitarlo, algo me atraía hacia él... no sabría decir con exactitud qué, pero era algo muy profundo de su ser.
Cuando acabo nuestro beso me dijo que tenía que irse.
Me senté en la banqueta y medité sobre lo que había pasado: lo besé, pero nunca supe sí él también quería ese beso, sólo estábamos jugando a verdad o reto, no supe cómo acabamos aquí. 
De pronto escuché un carro frenar bruscamente y luego un golpe fuerte.  Fui corriendo a ver qué pasaba. Sólo recuerdo que vi al hombre con el que estuve hace 5 minutos y había mucha sangre sobre su cuerpo. 
Desde entonces no paro de repetir lo mismo; las doctoras siempre me dicen que estaré bien, antes de que me pongan la máquina de electrochoques.


Mónica Michelle

Mónica Michelle es una de mis pacientitas, y me mandó este cuento. ¡Saludos Mónica!

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El pingüino rojo en el mundo