La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

miércoles, 20 de agosto de 2014

El Bosque Secreto (I)

Soy pastor de animales fantásticos. Las quimeras son mis favoritas, pero cada vez es más difícil hacerse de ellas. La gente, caprichosa y sin escrúpulos, tiene a todos los seres fantásticos al borde de la extinción; los pocos que aún quedan se camuflan, es su única manera de poder sobrevivir. Papá, aunque murió joven, dedicó su breve vida a la crianza de unicornios y pegasos; de mi abuelo aprendió muy pronto los secretos para dar con las manadas y hacerse de los ejemplares más representativos para preservar la especie. Yo era un crío cuando ya lo acompañaba en sus correrías por lugares que no revelaré. Recuerdo a papá oculto por horas a la espera de que las bestias bajaran al abrevadero antes de retornar a los rincones más inhóspitos del Bosque Secreto. Seguramente se preguntarán cómo es posible que animales de tal tamaño y cantidad pudieran pasar desapercibidos, y tienen razón. Es instinto de supervivencia, aunque, para ser sinceros, no les ha servido de mucho. En ese entonces yo pensaba lo mismo, y así se lo hice saber papá la vez que lo acompañé en busca de una sirena alada. Se estaba haciendo tarde y me sentía cansado y hambriento, pero sobre todo fastidiado, aburrido. No supe en qué momento me quedé dormido. Entre mis breves lapsos de lucidez me reconvenía y me repetía que nunca más volvería a acompañarlo.

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El pingüino rojo en el mundo