La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

lunes, 17 de enero de 2011

XXVIII En busca del pingüino rojo: El regreso a casa

Para mi tío Came, pingüino rojo de nuestra familia.


El pinguino rojo sacudió sus alas y se desperezó.
―Esta es mi historia, querido Leopold, lo demás ya lo sabes.
―¡Nunca imaginé que Jave nos trajera acá por…!
―... porque han sido elegidos para contar al mundo que es momento de parar tanta destrucción, antes de que sea tarde. Les ha sido develado el secreto del río Salmón, así podrán volver acá cuando lo quieran.
―Yo aquí me quedo, ya les había dicho que... ―recordó Piecillos.
―Aquí serás de gran ayuda, amigo. Puedes quedarte.
―¿De verdad así lo quieres? ―pregunté.
―Sí. ¿Qué caso tiene buscar cuando no encontrarás nada?
―Sólo tengo una duda ―dije―. ¿Qué diré a mis compañeros? ¿Cómo les explicaré esta prolongada ausencia?
El pingüino soltó a una risita pegajosa.
―No olvides que aquí todo es posible. Acompáñame.
Fuimos hasta la roca donde nace el río Salmón. Ahí estaba la barca en la que Jave y él habían llegado. En su interior dormían como niños chiquitos Oliver, Don Chon, Isa Becerrilla… todos expedicionarios.
―¿Y si en este momento...?
―No despertarán hasta llegar al Calicanto. Entonces ya tendrás una buena historia qué contarles. Adiós, Leopold.
Me despedí de Piecillos y mis nuevos amigos y subí a la embarcación. Era momento de volver a casa.

Imagen tomada de Teodoro David Mauricio Ávalos: Puente Calicanto.

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El pingüino rojo en el mundo