La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 18 de diciembre de 2010

XXV En busca del pingüino rojo: Como si el tiempo regresara.


¿En qué momento la barca dejó de responder a las maniobras de Jave? No lo sé. De buenas a primeras, como si fuera lo más natural del mundo, se apartó de la inmensidad del mar y se adentró por un caminito de agua delimitado a los lados por dos hileras de árboles de espeso follaje, que entrelazaban sus ramas en lo alto.
―Si ella no necesita de marineros que la lleven a buen puerto ―Jave soltó el timón, se encogió de hombros y vino a sentarse a mi lado―, entonces que se haga cargo de sus dos tripulantes.
La independencia de la barca no podía ser más oportuna, era un hecho que nos encontrábamos navegando en aguas del Río Salmón. Los ojos brillosos de Jave, el color sonrosado de sus mejilla, pero sobre todo el temblor de sus manos denotaban la emoción que lo embargaba. Era innegable que aun para un viajero experimentado como él ―que había ido de arriba abajo por el mundo― se mantenía intacta la posibilidad de ser sorprendido.
―Parece un río como cualquiera ―aventuré.
En efecto, así parecía, sólo que la tranquilidad del aguas no alcanzaba para explicar por qué nos alejábamos más y más del mar.
―¡Mira allá abajo! ―chilló Jave con la voz del chiquillo que acaba de desentrañar un misterio largamente acariciado―. ¡No es el agua la que nos impulsa, sino el lecho del río que fluye cuesta arriba!
Entonces vi la procesión de seres diminutos del agua, piedras, arena, montones de pequeñas plantas ... yendo en la misma dirección que nosotros.
―Es como si el tiempo, ahí materializado, regresara a su origen.

Imagen tomada de la red

2 comentarios:

Unknown dijo...

Cuánto quisiera gozar la travesía junto a Jave. Regresar al origen, bello privilegio

josé manuel ortiz soto dijo...

Es quizás que, conforme transcurre el tiempo, todos vamos de regreso al origen.

Un abrazo, Patricia.

El pingüino rojo en el mundo