Dedicatoria
Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!
La casa del abuelo
Tengo dos nietas: a las dos las quiero mucho. Camila vive en la mitad derecha y Sofía en la mitad izquierda. Cada mañana, al despertar, mientras ando de aquí para allá por la casa, escucho su conversación:
—¿Cómo amaneciste hoy, prima?
—Muy bien, prima, ¿y tú?
—¡Mejor que nunca!
Y por ese rumbo sigue la charla. Luego vienen los juegos y otras travesuras.
Cuando el reloj de pájaro carpintero que tengo en la sala me trae de vuelta a la realidad, les doy un beso y les digo:
—Niñas, se hace tarde y debo ir a trabajar; por favor, salgan ya de mi corazón.
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