A mis ojos de niño, el jardín de la abuela
era una selva inexplorada. Así que almorcé de prisa y le dije que saldría a tomar el
sol un rato.
La abuela Mari me miró con sus ojos chiquititos de rendija, por momentos extraviados
en algún rincón de su cara blanca y arrugada. A veces no puedo evitar reírme al pensar
que tiene cierto parecido con esa raza de perros arrugados.
―Anda
ve, pero no te alejes. Y cuídate la ropa, que ya sabes cómo se pone tu madre si
te ensucias ―autorizó al fin, con su vocecita de cristales en una bolsa de
plástico.
Apenas
salí al jardín, Ganjo, el perro del vecino, brincó la cerca y vino a mi
encuentro agitando el trocito de rabo que conservaba, cual trofeo, de su última
pelea con un tigre de Bengala.
Imagen tomada de la red.
2 comentarios:
que bonito...eso de: con su vocecita de cristales en una bolsa de plastoco, es genial...
Amiga, un gusto saber que andas por aquí. Va un abrazo y espero que sea el próximo un excelente año para ti.
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