La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

lunes, 27 de agosto de 2012

Manos de estómago


Con amor para mi hija Ireri, ella sabe por qué.
La primera vez que oyó aquella frasecita le causó mucha gracia. Entonces era muy pequeña y poco sabía de anatomía humana o animal, pero sí tenía suficiente imaginación como para verse con otro par de manos en la panza. Cuando iba al circo o a un concierto, las oía aplaudir; si al caminar se tropezaba, una fuerza emanada desde sus entrañas trataba de evitar la caída sujetándose al vacío. A la hora de la comida le parecía verlas como las manos los mendigos, formando un cuenco y recibiendo en él todo el alimento. Otras veces, cuando no tenía hambre, ahí estaban las manos con los dedos entrelazados, negándose a comer. Aquellas veces que le dolía la panza suponía que sus manos de estómago estaban cerradas, enojadas en su berrinche. Pero esta mañana, cuando sus manos verdaderas comenzaron a arquearse  y a vomitar la cena, cerró los ojos y no quiso imaginar más nada. Y maldijo  en silencio la frasecita aquella.
Imagen tomada de la red.

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El pingüino rojo en el mundo