―¿Debes ponértelos? ―preguntó al árbol, divertido.
―No es tan malo ―dijo el árbol, mostrando el interior acolchado, la fortaleza de la suela reforzada, las grandes agujetas como cuerdas―. En caminos pedregosos, son de gran ayuda.
A continuación contó al pescado que usaban zapatos y ropa por consejo de los sabios árboles andantes que un día recorrieron el mundo. “Los humanos son quisquillosos y desconfiados, a adónde vayas te miran con recelo. Como se creen amos y señores del mundo, viven temerosos de que un día alguien les quite su lugar. Para evitar conflictos con ellos, lo mejor es adquirir algunas de sus costumbres, así creerán que los honramos”.
―Al principio no fue fácil, había quien colocaba un zapato en cada raíz, era grotesco verlo andar con sus veinte o treinta choclos trastabillando y sonando por allá. Tampoco faltó aquel que dijo que un zapato era suficiente: saltaba como canguro metido en un costal. El patriarca de mi familia vio que lo mejor era trenzar las raíces en dos grupos y calzarlas como hacen los humanos. “Después de todo, no pueden ser tan tontos como parecen; algo bueno deben tener”, nos dijo.
Embelesado por las confidencias del árbol, el pez se imaginó metiendo sus aletas en unos zapatos como aquellos y yendo por los caminos, representando al primer pez viajero. Pero la necesidad de oxígeno le recordó que era tiempo de volver a sumergirse en el agua del río.
Imagen tomada de la red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario