Una joven rana quería ser escritora, pero no sabía qué escribir. En la charca, todos se mofaban al verla siempre con un lápiz y una hoja en blanco. Mitad en broma, mitad en serio, no faltaba nunca quien se acercara a contarle cosas importantes.
—¡Si yo te contara…! —decía una rana vieja y curtida, cuya virtud principal era, según sus propias palabras, “estar en este sitio mucho antes de que el charco llegara”—. Digamos que soy… un trozo de historia viviente. ¿Quieres escucharla?
—Con mis sueños se podrían escribir cien libros —contaba una rana soporosa y de ojos hinchados, que gastaba su tiempo ronca que ronca—. No por nada, decía un famoso poeta dormilón que la vida es sueño y aquí solo venimos a soñar.
Sin embargo, la joven rana no estaba convencida que escribir la vida de los demás fuera un buen motivo literario. Hizo con la hoja en blanco un barquito y decidió tomarse un tiempo para reflexionar.
En eso estaba cuando la encontré.
Imagen de Enrique Ramírez, tomada de su álbum de FB.
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