Para Grecia, con el doble cariño medicinal de un cuento.
Grecia apartó la vista del libro que leía y miró a su alrededor: la abuela dormitaba en la mecedora, mamá atendía el teléfono y sus hermanos veían la televisión. “Al rato les pregunto”, se dijo y volvió a su lectura. Era inútil: por más esfuerzos que Grecia hacía por concentrarse, ahí estaba en su cabeza, en el libro, por todos lados, la extraña palabra. A veces zumbaba como un abejorro, ronco y seco, que debía espantar con un manotazo al aire. O era el trino de un ave canora que anidaba sobre la copa del naranjo: se oía tan clarito y bello aquel canto, que no dudaba en ir a la ventana y aplaudir. El colmo fue cuando la extraña palabra tomó la forma de un gigante y le arrebató el libro de las manos.
―Si no me vas a hacer caso, tampoco te dejaré leer ―gruñó el gigante, guardando el libro en la bolsa de la camisa.
Grecia lo miró entre divertida y asustada. Era la primera vez que veía a un gigante y no le parecía tan grande. Apenas como tres veces su papá.
―¡Devuélveme el libro! ―exigió.
―No te lo doy.
―¿Por qué?
―Porque me ignoras.
―¿Porque te qué?
―Porque no me haces caso ―dijo el gigante―. Ni siquiera sabe qué soy yo.
―Eres un gigante.
―Desde luego que no soy un gigante, mira…
La palabra comenzó a derretirse y quedó convertida en un charco de agua…
Grecia levantó el libro antes de que se mojara y luego fue hasta donde estaba su familia:
―¿Qué significa diccionario? ―preguntó.
Imagen de Vladimir Kush: Libro de libros.
2 comentarios:
Qué bonito... qué buena imagen de la palabra gigante!!!
Un abrazo
Anita, gracias por tu visita.
Para nosotros -lo sabes como escritora- las palabras son imágenes.
Un abrazo.
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