El nuevo día nos encontró en el Calicanto. Detrás de nosotros, el desierto de Los Tepetates, frío y solitario. Al frente a la distancia, como promesa que despierta, la pequeña ciudad salpicada de luces, esperando nuestro regreso. Si no hubiera estado consciente de lo sucedió, seguramente habría pensado que todo fue un sueño y que acababa de despertar. Pero la pluma de pingüino rojo que guardaba en la bolsa del pantalón decía lo contrario: era tan real como yo mismo. Ahora sólo tenía que esperar a que...
―Pero, ¿qué pasó? Anoche estábamos en el desierto ―rezongó el señor Oliver a mis espaldas.
―Pero, ¿qué pasó? Anoche estábamos en el desierto ―rezongó el señor Oliver a mis espaldas.
Respiré profundo y le dije que tenía razón, que yo dormía igual que todos cuando un ruido extraño me despertó. Tuve miedo y quise despertarlos para que me acompañaran a ver de qué se trataba, pero cada miembro de la expedición (excepto yo, desde luego) dormía un sueño inquieto, como si viviera una pesadilla de la que no podía despertar.
―El desierto es terrible con quien no lo respeta: lo hace ver e imaginar cosas que no existen ―concluí.
―¿Quieres decir que tú solo nos trajiste hasta acá? ¡Por favor, Leopold!
Debía escoger con cuidado mis palabras; los hombres de negocios como el señor Oliver no son fáciles de convencer, y menos cuando acaban de perder el mejor negocio de su vida.
―¡De ninguna manera! Eso habría imposible. Cada quien volvió por su propio paso. ¡Hubiera visto lo cómico que nos veíamos! Parecíamos zombis, ni más ni menos.
―¡De ninguna manera! Eso habría imposible. Cada quien volvió por su propio paso. ¡Hubiera visto lo cómico que nos veíamos! Parecíamos zombis, ni más ni menos.
―Ummm, muy extraño, muy extraño…
Otros miembros de la expedición se habían despertado y escuchaban la conversación.
―A mí se me borró el casete cuando me quedé dormida ―se excusó Isa Becerrilla―. ¡Sabía que nada bueno saldría de esta loca aventura!. ¿Cómo fui a dejarme convencer?
―No sé, pero… ―insistía el señor Oliver, rascándose la barbilla.
―No importa lo que haya pasado anoche en el desierto ―protestaron otros miembros del equipo―. Estamos cansados y queremos regresar a casa. Además, nos va a pagar lo acordado, ¿no es cierto?
―No importa lo que haya pasado anoche en el desierto ―protestaron otros miembros del equipo―. Estamos cansados y queremos regresar a casa. Además, nos va a pagar lo acordado, ¿no es cierto?
El señor Oliver abrió tanto los párpados que sus ojos estuvieron a punto de saltar de sus cuencas. Y como le sucedía cuando se emocionaba en exceso, se desmayó pensando en que esta vez había hecho el peor negocio de su vida. ¿Qué dirían de él los periódicos si se llegaban a enterar?
Imagen tomada de la red.
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