La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

sábado, 30 de abril de 2011

Un día de trabajo con papá


Para todos los niños del mundo en su día

Papá se despierta todas las mañanas con un bostezo ruidoso que hace estremecer a las montañas.

Mamá, que entonces ya trajina por la casa, sirve una olla de café caliente y la lleva hasta la mesa, junto al pan recién salido del horno.

―¿Quieres un poco? ―pregunta papá cuando me ve bajar por la escalera.

Aunque a mí no me gusta el café, digo que sí, pues me encanta sentarme en sus piernas y que me convide de sus alimentos.

―¡Este niño tiene papitis! ―dice mamá y pone frente a mí un vaso con leche―. Si no te lo tomas, no podrás acompañar a tu padre.

Hoy comienzan las vacaciones y es un día especial: en premio a mis buenas calificaciones, papá prometió llevarme con él a su trabajo. Estoy tan emocionado que mi corazón retumba tan fuerte que lo escucho como saltando por toda la casa.

―Es hora de marcharnos, jovencito ―dice papá y echo a correr tras de él.

Mientras caminamos, papá me enseña algunas cosas y me dice que puedo preguntar todo lo que quiera.

―¿Somos gigantes?

―En este pueblo no hay gigantes ―replica mientras esparce las nubes, agrega o quita un satélite a los planetas, pone un poco de color naranja al sol―. ¿De dónde sacaste semejante idea, hijito?

Imagen tomada de la red.

viernes, 22 de abril de 2011

Barquitos de papel


A Noecillo, la escuela le aburría enormemente. En lugar de atender a las lecciones de la maestra Yola, solía hacer bolitas de papel que arrojaba a sus compañeros de clase. El día de nuestra historia le dio por escribir mil veces su nombre, pero apenas tuvo ánimos para llenar una hoja de libreta.
Era temporada de lluvias y esa tarde cayó un aguacero; mamá prohibió a Noecillo salir a la calle. “Si te mojas, te vas a enfermar; o te podría caer un rayo.” Refunfuñando, el chiquillo no tuvo más remedio que conformarse con ver desde la ventana a sus amigos chapotear en el lodo.
"Mejor aprovecha para hacer la tarea”, reconsideró mamá.
No del todo resignado, echado panza abajo en la cama, Noecilló encontró la hoja llena con su nombre. Recordó que días atrás su amigo Marco ―duro de cabeza como él, pero bueno para la imaginación― le había enseñado a construir barquitos de papel. “Es muy fácil, fíjate bien”, le dijo, doblando, desdoblando aquí, comenzando allá.... “Cuando mis papás no me dejan salir, hago uno y me voy de aventura. Ah, pero ten cuidado de no contarlo a cualquiera, porque te tacharían de loco.”
A la hora de la cena, mamá fue a la habitación por Noecillo, pero no halló a nadie; sólo había sobre la cama una libreta de tareas a la que faltaba una hoja.

Imagen tomada de la red.

domingo, 10 de abril de 2011

Una panzocigüeña extraviada


La panzocigüeña sobrevoló el pequeño poblado del sureste guanajuatense. En su larga experiencia como mensajera de los cuneros celestiales, nunca había batallado tanto para dar con una dirección. Conocía cada rincón de la Tierra como la punta de sus alas, por inhóspito que éste fuera. Pero algo sucedía con sus sensores de ubicación, pues, simplemente, ignoraba dónde demonios se hallaba. Estaba perdida, cansada y hambrienta, no tardaría en oscurecer y el chiquillo, que debía haber nacido hacía horas antes, no paraba de retorcerse y balbucear dentro del canasto que pendía de su pico. ¿Y si mejor lo dejaba en una de las casas que veía allá abajo? Seguro que sorprenderían con el regalito, pero tal vez hasta ellos mismos lo llevaran sano y salvo a su destino. La voz del administrador de los cuneros celestiales retumbó seria en su cabeza: “Todo bebé es valioso, esto hace de las panzocigüeñas uno de los seres más queridos de la Creación. Pero el caso que se te ha encomendado es, digamos, particularmente ‘especial’, pues los señores Alejandra Soto y Fabián Ortiz (padres ya de un chiquillo de nombre Javier) llevan ¡nueve años! aguardando que la cigüeña toque a su puerta. No les falles”.

Por fortuna el jefe no estaba con ella sobrevolando en ese momento el territorio de Jerecue―quién―sabe―cómo, ya que si no quería regresar a los cuneros con toda y carga, lo mejor sería que la dejará… por ejemplo, en la casa de teja roja casi al final de aquella calle. Echo una última mirada al cielo y no vio nada sospechoso; redujo la velocidad, aflojó la tensión del pico y enfiló hacia el claro que debía ser el patio.

Era ya tarde el 27 de enero de 1965 cuando el chiquillo recién nacido comenzó a chillar…

Imagen tomada de la red

El pingüino rojo en el mundo