La música que escucha el pingüino rojo y sus cuates

LA MÚSICA QUE ESCUCHA EL PINGÜINO ROJO

Dedicatoria





Un pingüino rojo está dedicado a mi hermano Javier, porque me regaló mi primer libro y eso no se olvida; para mi mamá Alejandra, que supo desde el principio que tendría que batallar con mi carácter; para mi papá Fabián, al que apenas conocí pero todavía disfruto y quiero; para mamá Kika, que me malcrió (¡y me gustó!); para mi hermano Fabián y mis primos Alejandro, Gabriel y Willy, que nunca me dejaron solo en tantas y tantas travesuras; para mis hermanas Isabel, Berenice, María Elena y Cecy, que me conocen poco pero nos queremos mucho; para Patricia, Aida, Citlali, Alejandra y Gabriel flaco, primos que aceptaron tener un hermano mayor; para mis niñas Olivia, Ireri y Aranza, que aunque no me leen, están orgullosas de mí; para mis sobrinos Rodrigo, Fabiola, Andrea, Alexis, Angie, Andrei (con todo y mamá), Eduardo y Fabrizzio, por el miedo que tenían al "tío de lentes que inyecta y opera"; pero muy especialmente lo dedico a mis pacientitos que, en mi consultorio o en el hospital, me piden que les cuente uno de mis cuentos; y va también para todos aquellos que no se leen (porque ya es mucho rollo), pero saben que aquí están... Bienvenidos, pues y ¡comencemos la aventura! Nota: de última hora, la pequeña Camila Ixchel decidió acompañarnos... Otra nota: ahora se agregó Sofía Valentina y Austin Manuel. ¡Los amamos, campeones!

miércoles, 25 de agosto de 2010

XVI En busca del pingüino rojo: ―¡Sorprendente!

El miedo que tenía al caer por aquel agujero se convirtió en sorpresa y admiración al salir de la charca.
―¡Nunca imaginé que bajo las áridas rocas del desierto hubiera un paraíso como éste! ―musité―. Ni en sueños.
―Aquí está el río que falta allá arriba―dijo Piecillos emocionado.
La charca ―sin lugar a dudas un ojo de agua― se continuaba como un pequeño río que iba serpenteando entre dos cortinas de sabinos y fresnos, que a veces se entrelazaban. El piso estaba cubierto de hojarasca mullida y mechones de pasto húmedo, que lo hacían resbaladizo.
―¡Sorprendente! ―dije cayendo en la cuenta que allí abajo era día.
―¿Y esta luz de dónde viene? ―preguntó Piecillos, como si me hubiera leído el pensamiento.
―Sólo es el día eterno que vivimos aquí ―dijo una voz a nuestra espalda.
Por extraño que pareciera, habíamos olvidado el motivo por el que en ese momento estábamos ahí. Y no, no estábamos solos.

El pingüino rojo en el mundo